Gentilicio es un inventario de la imaginación: silencio que emerge y purifica, que clarea las palabras para hacerlas desfilar en una “estrofa sin fin”. Es un libro que se conforma de una sucesiva alabanza que redescubre lo cotidiano (“las luchas inaprensibles de la humanidad”). Sin artificio alguno, es decir, sin forzar la propia fuerza de su lenguaje, este libro nos muestra “el agua que no precisa color” para sumergirnos en la raíz primera de la dignidad humana y así enfrentarnos a la infamia de vivir ya sin fe. Es también un libro de elogios de los otros gentilicios: la niñez, la perseverancia, el erotismo. En estos textos, tan precisos en su expresión poética como contundentes, la belleza es un tópico de fe que todo lo abarca, las horas bajas del ser y los lugares físicos y subjetivos de los cuales parte la identidad de las palabras. Un “minutero” que “custodia la casa”; ¿cuál casa?: la del ser, la de las palabras, la de ese adjetivo que expresa el origen geográfico de la poesía.