La banalidad del mal
Gustavo Martín Garzo
En las primeras páginas de El extraño caso del doctor Jekill y Mr. Hyde, la novela de Stevenson, Mr. Hyde regresa de sus andanzas y se tropieza con una niña que rueda por el suelo. No solo no se detiene sino que pasa por encima de ella y la deja llorando. Pocas escenas han demostrado de una manera más convincente el verdadero significado del mal, que no es sino indiferencia ante el otro, ante su dolor o desamparo.
La novela negra está poblada de seres tan atrabiliarios como el personaje de Stevenson. Hay autores, Jim Thompson, Patricia Highsmith, James M. Cain que descienden al mundo del mal atraídos por su oscuro fulgor; otros como Daniel Hammett, Raymond Chandler o Simenon, lo hacen a regañadientes, como parte del precio que tienen que pagar para sobrevivir. El tema de las novelas de estos últimos no es lo inhumano, sino la humanidad en precario. La supervivencia, pero también, y sobre todo, la dignidad herida.
El personaje de este magnífico cuento no pertenece a ninguno de los dos grupos. No se siente atraído por las perversas fuerzas del mal, ni busca en su trato con los demás redención alguna. Es un hombre solitario, individualista para el que los otros no son sino meros satélites de su universo ensimismado y alucinatorio. No hay en él idealismo alguno. Su mundo, es un reflejo del mundo feroz y despiadado del capitalismo del consumo. Todo en él es pura banalidad, razón por la cual puede realizar los actos más atroces sin que apenas le tiemble la mano. Es un ser alejado de los dramas de la conciencia o la responsabilidad, al contrario de Hamlet y todos los grandes personajes de la literatura universal. El cuento, lleno de humor y escrito con una prosa fulgurante, nos plantea en realidad una pregunta mucho más inquietante que la de la novela de Stevenson, muy a la altura de estos oscuros tiempos que vivimos. ¿Terminaremos por parecernos a alguien así? Aún más: ¿somos ya como él?