Al recorrer la zona de París delimitada por el bulevar Ney y la calle Clôture, Jean Rolin se embarca en un doble proyecto: por un lado, rememorar la figura del excéntrico mariscal napoleónico Michel Ney –figura clave para comprender la batalla de Waterloo– y, al mismo tiempo, narrar su propia campaña entre olvidados barrios marginales del París contemporáneo. El mariscal Ney aparece como una mezcla de héroe y personaje abyecto, que lo mismo salva a su ejército de una derrota que conspira contra el Emperador, hasta que finalmente es fusilado por traición el 7 de diciembre de 1815, a las nueve de la mañana. En cambio, la población de prostitutas, inmigrantes refugiados y vagabundos que pueblan este gueto parisino están condenados desde el comienzo a deambular por sus calles buscando formas de sobrevivir. Con las andanzas de Ney como trasfondo, Rolin narra el asesinato de una prostituta búlgara, que conmociona a la sociedad al grado de que los medios se refieren a ella por su nombre de pila; conoce a personajes como Gérard Cerbère, que vive en una caravana luego de haber sido echado de cuarenta empleos y que fantasea con ser tan indestructible como el mismo diablo; conoce el caso de Lito, un ex soldado de Zaire perseguido en su país por negarse a continuar extinguiendo cadáveres para entorpecer investigaciones de la comunidad internacional. Así como el pintor Jean-Léon Gérôme inmortalizó el fusilamiento del mariscal Ney en un cuadro titulado con la fecha y hora de su ejecución, Rolin plasma con palabras la condena cotidiana de los excluidos, que se ven obligados a cumplirla sin juicio previo ni causa aparente.