La tragedia es la principal protagonista de sus relatos. Su literatura un instrumento para trazar mundos que retratan la terrible realidad deparada para los olvidados. La dolorosa condición de los descastados: hombres y mujeres exiliados, apátridas o marginados a los que no les pertenece ni siquiera su propia vida. Una versión homosexual de Abraham Lincoln, el heredero de una pareja de ciegos cuyas únicas posesiones eran los recuerdos que lograron sembrar en sus allegados, una diáspora de familias callejeras que encuentra su «tierra prometida» en un terreno abandonado, y que tienen una noche para crear un asentamiento de viviendas improvisadas para que el gobierno no les pueda arrebatar lo que constituirá su única posesión, y hasta un joven que encuentra la desdicha amorosa en la forma del vibrador de su novia, retratan el afanoso intento de Alarcón por demostrar la inagotable búsqueda de los hombres por la belleza y la felicidad. Porque es justo entre los marginados que podemos encontrar las muestras más espléndidas de la creatividad humana. Cuando sobrevivir es un asunto que no se ha dado por sentado, inventarse medios para terminar el día es una obligación. Nacido en Perú pero avecindado en los Estados Unidos, Daniel Alarcón posee la virtud de los grandes narradores: es capaz de observar la realidad desde fuera. La melancolía que anega sus entornos remite a una belleza perdida que refleja de manera más fiel la quintaesencia de los hombres que aquella «tediosa belleza del progreso».