Somos todos cazadores y somos todos presas. Somos presas del tiempo y verdugos de los objetos de nuestro deseo. Sobre este péndulo interminable vemos transcurrir el más reciente libro de Erri de Luca: uno de los narradores más talentosos y celebrados en la actualidad. El protagonista es un animal magnífico y poderoso que lidera a los suyos con actitud de rey eterno. No es un antílope cualquiera, el protagonista sabe cuándo se aproxima su tiempo porque siente cómo «la carga de los años silvestres le presentó la cuenta sobre las alas de una mariposa blanca» que se posa sobre su ostentosa cornamenta. «El rey de los antílopes» se encarga durante varias generaciones de rasgar el vientre de sus adversarios y de fecundar con fuerza a todas las hembras de su mandada, pero ahora está viejo y cansado. Y ahora hay otro que desea ese apelativo. Otro de una especie diferente, una especie que «no sabe estar en el presente» y que en la montaña es sólo «una sílaba en el diccionario». Un hombre, un cazador que a pesar de poseer la atrofia de sentidos propia de su especie, sabe escuchar «la nieve y su magnífico silencio», entiende el murmullo que deja «la voz de la primavera». Con sus últimas fuerzas, ambos enfrentarán con grandeza y dignidad su destino. Cazador y presa son dos lados diferentes de un mismo espejo en el que se refleja la vida. Una vida amenazante y hermosa. Como hilo conductor de esta rueda que no cesa, está la narración poética, suave y precisa de De Luca que con su vista y oídos portentosos, mece palabras en nuestra mente cual hipnótica melodía mientras nos comunica verdades que de inevitables nos parecen terribles.