En una prosa magistral que recrea la fuerza de los mitos, o las fórmulas rituales de encantamiento, Éric Chevillard escribe una fábula oscura sobre la historia de nuestra caída, como una fotografía hecha por un demente, pero también como testimonio de nuestra imperecedera esperanza. Caer es una isla en medio de ninguna parte. Sus habitantes buscan escapar, generación tras generación, de esa trampa mortal, de ese desierto en el que no crece ninguna forma de vida, y donde los días vuelven sobre sí como el eterno retorno de lo mismo. Porque la existencia ahí es insoportable, los habitantes de la isla han creado una sociedad donde la forma más alta de altruismo consiste en exterminarse, física y moralmente, los unos a los otros. Su gran sueño es escapar de Caer, saltar, volar, pero todos se vienen abajo irremediablemente. Todos, sin embargo, siguen escrutando el cielo, sólo para seguir odiando y maldiciendo la tierra de Caer. Y para esperar el regreso de su deforme mesías, Ilinuk, el único ser que ha podido escapar de la isla, y que prometió volver para salvarlos a todos. Cuando se publicó en Francia, Caer fue saludada unánimemente por la crítica como una de las mejores novelas de los últimos años. Comparado con Beckett –por su humor, sus historias aparentemente absurdas, su escritura depurada–, Éric Chevillard ha logrado con Caer su mejor novela, pero también la más corrosiva, poderosa y crepuscular.