Las últimas palabras de Alastair Reid (1926-2014) fueron en español, mientras conversaba con un enfermero latinoamericano. Esto no lo dice todo, pero sí mucho acerca de sus preferencias, sus emociones significativas. Desde que fungió como secretario personal de Robert Graves durante más de 10 años en Deyá, se dejó hechizar por nuestra lengua. Y en cuanto comenzó a cultivar amistades como Borges, Neruda, García Márquez, Mutis, Vargas Llosa y tantos más incluso abandonó el "ceceo", y se identificó para siempre con nuestra sensibilidad, nuestra manera de concebir el mundo, de inventar la realidad día con día. De origen escocés, este magnífico poeta, crítico y traductor insuperable, vivió de este y el otro lado del Atlántico, definiendo su anclaje, en profundo acuerdo con su amigo cubano Guillermo Cabrera Infante, en una peculiar isla: "Hay una isla del presente: la escritura. Ésa es mi isla eterna, el único reino al que debo fidelidad, el único país que habito, la casa en que vivo, la casa de las palabras, el país de la escritura, el reino del lenguaje". He aquí, en la presente antología, una muestra de su verdad.
Pura López Colomé