Mientras vivió Emily Dickinson (1830-1886), pocos, por no decir nadie entre los poetas y los lectores de poesía, repararon en su existencia. […] Dice Adam Zagajewski que “hoy en día, tal vez el material más utilizado en la poesía es una especie de ironía disecada por la tristeza” y que “los contemporáneos ya no lloran, sino que más bien permanecen en un estado desesperación fría y elegante”: todo lo contrario de la honesta y sincera manera de hacer versos de Dickinson, encerrada en su casa de Amherst componiendo, como dice san Juan de la Cruz, “canciones del alma en la íntima comunicación”.
Hernán Bravo Varela, poeta mientras compone sus propios versos y, por fortuna, también poeta cuando traduce, escogió para este libro veinticinco poemas de Dickinson y decidió respetar dos elementos formales propios de sus composiciones: uno, las mayúsculas de ciertas palabras sacralizadas por su intimidad; y dos, esos guiones largos que utilizaba para sustituir comas y puntos y para señalar ciertas pautas rítmicas. Además de todo, y esto es lo esencial, lo que ha hecho Bravo Varela es mantener en español, como idea y como música, las esencias poéticas de Emily Dickinson
Darío Jaramillo Agedelo