Guiada por la stella polaris de la mejor música versal, el aliento narrativo del volumen enlaza imágenes y sucesos de difuntos tutelares —tanto del vivir como de las letras— con el presente de la autora, dando lugar a una trama de significados y de significaciones donde las aguas de la vida de la literatura forman un delta de innumerables brazos. Por otra parte, el amplio bestiario nombrado por el poeta —en las filias de Ted Hughes— se conjunta con el paisaje de los otros reinos, expuesto a la alquimia de la luz y de la sombra o la invención de inéditas simbologías.
La suma de tan variados cruces entre fondo y forma, por momentos en íntima confusión, en inclemente combustión, hacen de este libro un aparte entre los publicados por Malva Flores. A todo esto hay que añadir una gozosa liviandad que surge entre el dolor demasiado humano y el éxtasis demasiado angelical, aportando al poema estados de ánimo diversos y, en algunos casos, de sutiles y felices contrastes. Experiencia escritural de madurez, las páginas de este volumen tornan esencial la fugacidad del presente por obra y gracia de la permanencia de un pasado, convertido ya en sedimente de los rituales de la memoria.