«La venganza es hermosa, es milenaria, nos hace humanos y nos dignifica.»
Aristóteles Lozano ha hecho las paces con la vida: su pareja, Julieta, es una escritora joven y talentosa a quien ama; viven en un departamento de ensueño, con un perro cariñoso, sin problemas económicos y, más importante aún, Aristóteles por fin se acepta como un crítico de la literatura que escribe bajo seudónimo y como poeta no publicado que no lucha por ningún reconocimiento.
Sin embargo, la paz se desmorona cuando aparece Cristóbal San Juan, hijo de la vecina de junto. Cristóbal dice estar en busca del lugar adecuado de las cosas; sólo así, piensa, podemos encontrar a Dios. Pero antes de llegar a ese misticismo que ahora lo guía, fue un embaucador de poca monta y un cínico. Su aparición lo trastoca todo, al grado de que se fuga con Julieta, cargando hasta con el perro. Aristóteles cae, víctima del dolor y la cobardía, en un marasmo profundo, pero poco a poco descubre la embriaguez del que quiere venganza, los bríos que esa pasión trae al alma… y la buscará paciente y cuidadosamente.