Occidente es una ambigüedad que, sin embargo, se comporta como una definición. Su situación paradójica lo es tanto como las contradicciones que genera dentro y fuera de sí mismo. Occidente es territorio, es ideología, es concepto.
Los dos libros que precedieron a éste, Pensar Medio Oriente y Pensar México, surgieron de las posibilidades de ver lo medioriental desde el otro lado del Atlántico, y de ver lo mexicano desde los confines del Mediterráneo, así como de la crisis y el conflicto en que se encuentran mis territorios de pertenencia. ¿Occidente vive una crisis que lleva a pensar en él bajo esos mismos términos? La primera distancia con lo occidental se tiene viviendo en Occidente.
Occidente está descompuesto, pero me niego a claudicar en las perspectivas de democracia, República y libertad que un día se establecieron en él. El advenimiento de los ismos - nacionalismos, nativismos, extremismos, etcétera - es sólo uno de los fenómenos que me llevan a notar el rompimiento de los acuerdos sociales que un día creímos que estaban afianzándose. Creo que es necesario revisar qué sucede cuando la democracia entra en los terrenos de la indiferencia, cuando la posibilidad de convivencia multicultural se percibe como un riesgo que rechaza el aprendizaje del pasado y da cabida a la violencia.