Juan Carlos Recinos es un poeta que cultiva palabras: las riega, las abona, platica con ellas, imagina su forma, espera pacientemente el alumbramiento. Sus semillas crecen como los árboles ancestrales, de raíces fuertes. Desde sus silencios, observan el mundo; lo cuestionan. La verdad de la vida teje en sus hojas; éstas, al caer, abonan con música la tierra. "En el centro la palabra baila, es un temblor me levanta, verdea, busca tiempo". La construcción de Nagara parte de un planteamiento puramente espiritual. Desde ese lugar íntimo, el escritor nos toma de la mano y juntos recorremos los espacios de su casa interna, sostenida por las letras.Las habitaciones tienen nombre: Nagara, Visitaciones, Partituras y Galerías. El dueño nos recibe desnudo, recién nacido. No tiene nada que esconder a los visitantes. Relata con poemas y una bien lograda prosa, el motivo de cada cuarto. En ellos: el amor de la mujer amada, su cuerpo desnudo en la alcoba nupcial, el olor a sexo, la ausencia de rostros amados, la vida tomando un café con la muerte, las palabras punzando, remendando y sanando heridas abiertas. "La palabra pide su poema de sangre". En aquellos cuartos, también habita la luz que ilumina,pero no ciega. Es la luz que se enciende en el poeta al pronunciar el nombre de su hijo, Elliot Naguib. Elliot, es el milagro de amor perfecto. El poeta al nombrarlo se hace fuerte, crecen luz potente para alumbrar y proteger sus pasos. Entrañables amigos de letras y maestros de vida, alimentan también esa claridad, no lo dejan caer. Él, trabaja sus enseñanzas. Lluvia de letras en sus manos. Juan Carlos Recino avanza. Lo vemos partir, cruzar aquella puerta hacia un futuro incierto pero necesario ("No hay dioses en el umbral ni espíritus que alumbren mi proyecto"). Sus pisadas son firmes, porque sabe que allá, que afuera, nada es seguro. "El tiempo no es promesa, es mar abierto" y Juan Carlos, decide cruzarlo. En Nagara, "El mundo se abre de bruces en un fulgor, anuncia el próximo relámpago"...
Virginia María Aguirre Cabrera