Apenas leer el umbral y ya el deseo se apersona. Llega con el dolor que todos padecemos: la búsqueda.
Vivimos para encontrar. Y en Sal diluida los encuentros son diversos, desde la pubertad sinónimo del deseo, hasta la consumación de otros deseos que se multiplican.
Sofía Mendoza Santiago, quien escribe en versos el contenido de este plaquette (ediciones La Cábula 2012) desde el inicio nos advierte los objetivos: hacer un libro. Aunque la tarde caiga en el estómago para asquear la pluma, al final del día, con el objeto (albergue para la poesía), en nuestras manos, los lectores damos cuenta de que el deseo es también una premonición.
Leer las sales de este poemario es arribar al mismo mes que ahora vivimos, junio, y de a poco liberarse de la cordura, explorar entonces la locura como salvación de lo que ya tanto nos oprime, porque mensaje soterrado nos envía la autora, al sugerirnos la realidad como un acontecimiento para enloquecer.
Por eso mejor será transgredir las reglas, soltar amarras, naufragar en versos que al fin de cuentas en la poesía no hay imposibles, ni olas que nos puedan limitar, sino al contrario, en la poesía es que avanzamos hacia nosotros mismos, y nos liberamos de nosotros mismos.
Me conmueve la honestidad de la autora de Sal diluida, quien, me vale madre la redundancia, en su capacidad de diluirse se agiganta, porque reconoce y expone sus deseos, y es ahí donde se desgarra la piel en el intento de encontrar el vehículo que la conduzca de manera directa para decirse a sí misma la poesía en versos. Escribir: premura insondable. Inevitable. Implacable.
Me sorprende, para bien y felicidad, que en su adolescencia que es adolecer, en su juventud madura, Sofía entienda la vida como un juego de paso, y la realidad para ella no es un diablo que le muestre el trinche, se asume y lo dice de manera contundente, dentro de la vida caminando de manera inevitable hacia la muerte.
La poesía es eso: un recuento de lo que somos, insisto, y cabe en este género tocado por dios, quien a final de cuentas, si existe, dice Sofía, ha hecho un mal papel, la elocuencia, las postales narrativas que desnudan la vulnerabilidad de lo que somos. Y más.
No lo concibo de otra manera, no puedo imaginar a Sofía escondiéndose de lo que es, ni creo que lo intentaría, por eso sé que nació poeta. Y morirá, gracias al cielo o la tierra, ojalá sea pronto, satisfecha de ser un instrumento de la vida para construir la poesía.
Muérete Sofía. Pronto, que a fin de cuentas estás condenada a resucitar. Desde las puertas de tu cuerpo, en un verso, un poema.