Lugar de arena, lugar en que A. J. Aragón escribe los vocablos deshojados en el paseo por una lejana calle de mármol y muros de lluvia; lugar donde los patios interiores de Rubén Chávez Ruiz Esparza se disuelven en humo cuando intenta cabalgar sobre un meteoro y observar la rosa en el horizonte de cara a la penumbra; lugar que va de norte a su hasta Xilida, sitio al que recurre Román Luján sin que algo hostigue el papel donde nada se escribe y en las noches se corrigen balbuceos: el terror propio es la mayor sobrevivencia. Todos ellos convergen en las páginas, atando puntos cardinales en un mismo lugar, brizna de arenas del mismo tiempo: tres voces o puertas de la poesía que nos despiertan en este libro a las sonoras formas de la posibilidad.