Aventar la piedra y levantar la mano es la prerrogativa –más perruna que humana, por lo visto– de quien escribe cartas. Abiertas como venas, atentas a la cruel complicidad de los lectores, estas veinticinco cartas recorren todo el espectro de lo mordaz a lo entrañable, pasando por la palabra de amor adolescente, el ajuste de cuentas y la declaración de genes y principios. En primera instancia, representan atisbos de diálogo con personajes individuales o colectivos, abyectos o adorables, icónicos o insignificantes. Pero cada destinatario va abonando a la colección de temas que han obsesionado a Xavier Velasco en toda su carrera: la educación sentimental de los instintos más bajos, la hipocresía, la escritura como razón de vida o como trampa, el amor incondicional de la familia bípeda o cuadrúpeda. La prosa consumada de su autor, su capacidad para el retrato exacto y la sátira sin cortapisas, hacen de este epistolario una prueba de que, en las manos adecuadas, la misiva puede ser un arma tan filosa y letal como el abrecartas