La palabra es el puente con el mundo; su puntualidad asegura la existencia al modo heideggeriano, y nos acerca a la póiesis en su virtud generadora. Así es como el niño que nombra juega a ser dios de su propio ejército de objetos. La palabra es también el fruto del encuentro místico con nuestra memoria colectiva; el silabario de la historia que se arraiga a las voces dichas y a los nudos de lo no dicho. El origen de la palabra está en la supervivencia, en la posibilidad de ordenar al mundo, en la diferenciación del ser, y para los naturalistas, en el hallazgo de la esencia de lo que existe. Carlos López nos presenta un ejercicio de filigrana con exquisita precisión; en él nos exhorta a descubrir las leyes sacras del lenguaje como la cadena de significados engarzados de modo armónico. Tal como el maestro artesano, nos inicia en el viaje de los aprendices, nos invita a reconocer y familiarizarnos con las herramientas que le dan sentido al oficio; nos enseña de ellas su funcionalidad y pertinencia; nos cierra los ojos para silenciosamente tocarlas, repasarlas y camuflarnos con ellas. El arte de cultivar la palabra, como toda tecné, transforma la realidad desde un sentido útil, y hace al artífice hábil constructor de ensamblajes lingüísticos. Redacción en movimiento es un oxímoron académico e irreverente que se propone como el libro de almohada de cualquier trotapalabras; y en su sentido más seductor, como un espacio íntimo para unirnos con la palabra desde una conquista lúdica y trágica. Apto para todo público, se trata sin duda de un libro vivo y vivificante. Una vez más, Carlos López nos lleva a descubrir en las palabras el sorprendente olor de lo nuevo.
Maite Villalobos