Los hombres llegaron a Marte; todos bajaron de las naves y miraron aquella vasta llanura. Todos, de pie, casi inmóviles, asombrados, con ojos entornados contemplaban las brumosas y azules colinas que se recortaban en el horizonte marciano. Atardecía y los rayos del sol iban matizando el casco redondo y raso del cielo.
Durante los primeros días, los solitarios habitantes, los moradores de un planeta que los recibía cariñoso y tibio se dedicaron a trabajar levantando casas, colocando los armazones de tejados, semiemparejando la roijiza superficie. Se colocaron un millón de clavos, dos mil cristales en las ventanas. Era como si un pueblo de utilería se contstruyera para un apalícula. Se replantaron árgboles, el desierto se fue llenando de surcos y semillas, se plantaron flores; alrededor de las casas, el verde tapete de césped alegró la vista. Fueron toneladas de madera las que dieron forma poco a poco al pueblo en las ventanas había cortinas, en las casas había luz, había olor a cena a las siete de la tarde. habían llegado a Marte con todo lo necesario, con relativas comodidades. La idea era que se sitieran como en casa, que las cosas marcharan como en la vieja Tierra. Y así fue..."