<<A donde podría ir sin mí mismo.../como abandonarse a los demonios y dejar por algún tiempo la memoria>>. Con estos versos inicia Jesús Alberto Leyva Ortiz un recorrido por el mito de Adán. El Adán es un reltato del origen y el destino, es la historia de una enrancia. Todos somos Adán y fuimos expulsados, condenados a buscar el camino de regreso. Así, Alberto Leyva da cuenta de su viaje, de sus encuentros y desencuentros con Dios y con el diablo, con Lilith y con Eva, con el ángel y la serpiente que llena de trampas el camino.
Adán construye con palabras su propia soledad y sus olvidos: <> y guarda un pálido recuerdo del paraíso en el más lejano rincón de la memoria. El Edén se perdió tras la espada de fuego y sólo contamos con la cálida presencia de Eva para evocarlo, para saber que ahí está en la íntima sensación de un beso. <>. Eva es, a no dudarlo, la única puerta del retorno, pero habrá que descifrarla, comprender su silencio y la difícil ambigüedad de su mirada.
Finalmente Adán, el Adán que es Alberto, y el que somos todos los hijos de la mítica figura, encuentra otro paraíso, el del pan y la cuchara, el comedor, la sala, la casa y la oficina, el Edén de las cosas diarias, hospitalario a veces, salpicado de dolor, pero nuestro paraíso a fin, el de los trabajos y los días, en el que siempre alguna Eva nos espera para recuperar, en lo posible, lo perdido.
* Esta contraportada corresponde a la edición de 2009. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.