Entre las vicisitudes de la clandestinidad y la monotonía de un largo encarcelamiento, un viejo luchador político recuerda su infancia.
Nacido a fines de siglo en la ciudad mexicana de San Luis Potosí, tras un largo viaje trasatlántico de los de entonces, a los seis añios, desembarca en un Santander invernizo, lluvioso y triste. Con la llegada de la primavera y el verano –cambios estacionales que en el México tropical son casi imperceptibles– ve cómo la ciudad se transforma. Nos habla del tren de Pombo, las playas con bañeros y las ferias de la alameda de Oviedo. Azares de la fortuna llevan a la familia a Valladolid, donde, distantes pero presentes, los acontecimientos importantes de la época influyen en la vida del pequeño y su familia: el conflicto ruso-japonés, la guerra de Marruecos, las primeras huelgas anarquistas, la trustificación, de la incipiente industria española.
Mamá Grande, como se llama en México a la abuela, vista por el niño con un talante entre admirativo y crítico, es el personaje adulto que llena el relato, que se interrumpe al llegar al umbral de la adolescencia, en la incertidumbre de la primera comunión.