Al mirar el calendario, percibimos cómo vuelan los días e interrogamos por el tiempo perdido. Cual té y magdalena prousianos, detonadores de lo vivido, La sal de los días ofrece una minificción por cada una de las 365 hojas del calendario, más un 29 de febrero.
La minificción ha perseguido constantemente a Adriana Azucena Rodríguez; ya en La verdad sobre mis amigos imaginarios y en Postales (mini-hiper-ficciones) mostró lo juguetón, misterioso e irónico que puede ser el género. Ahora, espiando y ocultándose de santos, autores fantasmas, festividades nacionales e internacionales, nos presenta una clepsidra tan colorida y diversa como el vivir. Cada relato vale como una hoja del almanaque, e incluye celebraciones que, si no existen, deberían conmemorarse en el vivir propio y el común, en el propio y el común, antes de que se desvanezcan: Ya no sueño contigo. Ahí está mi insomnio de testigo".
Como la sal intensifica la complejidad, así, lector, al leer estas páginas reirá, entristecerá y creará nuevas amistades, tal vez hasta con pulgas de circo: "Teníamos un circo de pulgas, pero pronto le dio por la literatura. Renunciaron para dedicarse a la microficción".