La soledad es un tatuaje de penuria y marca el destino de los hombres. La nada es un cielo de dudas y se transforma en pensamiento. Los celos son navaja del horror y despedazan la ternura. Desolación y vacío, ceguera y ausencia. En este libro la angustia no toca la puerta, porque la puerta no existe.
Jorge Luis Herrera entrega en esta obra un muerto despierto, un cadáver con gestos diversos en su descomposición y con huellas de otros cuerpos, espacios y olores. Sus narraciones son delirio, pesadilla, soliloquio enfermo y frialdad de rostro en la bruma. En los escasos y extraños personajes que recorren las estancias de la vacilación y la muerte –una monja condenada, un miserable en la espera de la muerte, un sepulturero, un hombre degradado…– advertimos el ánimo del demente; se complementan estos seres con presencias difusas, sombras de asesinos, masoquistas y murciélagos, para conformar una galería donde los sentimientos pierden el rostro en los espejos, la luz y la ceguera se conectan con el dolor y la nada duele más que un golpe.
Cotard: el secuestrador. (Fragmentos de una novela) es una apuesta por la disección de un cuerpo gélido, de nostalgia, asfixia y odio; en sus páginas no hay amor ni esperanza, sólo retazos de amargura, historias tristes, divagaciones en torno al abismo existencial y un espejo brumoso, sucio, doliente, donde se miran las sombras y se revela la crisis de ansiedad de estas páginas. Libro que combina la narración con el apunte salvaje, despliega en sus páginas un gruñido lascivo, una sentencia violenta, las piezas de un rompecabezas cruel, imagen viva de dolor y resentimiento.
César Arístides