La poesía de Raúl Linares se despliega con el sortilegio de un bestiario medieval. Sus poemas, en cambio, no son láminas pictóricas ni estampas descriptivas sobre especies imaginarias. Si algo resalta en Zoofismas es la profundidad de campo: la sagacidad para trasponer los modelos fáunicos del mundo sensible, la fantasía literaria y el episodio mitológico e inducir mediante la analogía distintos estados del pensamiento, la conducta o el ánimo humanos. La alegría y el disgusto, la perplejidad y el desengaño, la costumbre y su misterio, afloran cifrados por la rúbrica de una dicción poética que, igual, aspira a desmarcarse del uso consabido. Cargado a la derecha, el texto surge a la vista tocado por la variante de una actitud frente al espacio y la palabra; a través del itinerario por esta suerte de parque natural que entraña la temática del libro, el lector también presentirá los latidos del lenguaje como un organismo vivo. Voces licuefactas, frases o componentes que se hacen y deshacen a su propio ritmo como efímeros castillos de sangre paladeados por el tropel de una emoción recóndita. Esta acepción de la materia linguística como un cuerpo maleable justifica la afluencia del neologismo, la inversión del morfema, el doble sentido, la ambigüedad intencional y ciertos giros sintácticos concebidos bajo el signo de las vanguardias hispanoamericanas, todos ellos fascinantes en tanto nos reiteran una vez más las potencias fabulativas del vocabulario. Linares reinventa el antiguo género de la animalia. Sus poemas, escritos desde un presente crítico, le añaden a dicho género una decantación personalista y una hiperconciencia del proceso escritural que culminan, por un lado, en una exploración del individuo a partir de sus últimas causas, y, por el otro, en un audaz y concentrado ejercicio de ingenio léxico. Ya lo anticipa con ironía la dualidad semántica del título. Zoofismas: sofismas zoológicos.
Jorge Ortega
