«Si estuviéramos en Vietnam», este libro se llamaría México, y ninguna de sus quince narraciones tendrían sede en el país. Para contrarrestar, los espacios a los que recurre Mariño González son tan disímiles como las mismísimas puertas del Cielo al que no se deja entrar al papa Urbano XIX por «políticas de la empresa», las cloacas de la ciudad que son testigos de la circularidad narrativa de estilo cortazariano, pueblos alejados donde se desarrolla la historia de amor prohibido entre un chancho y un «joven poeta», o los municipios oficialistas de donde desaparecen artistas plásticos, acto equilibrado gracias a una metafísica de la pintura con la absorción —y desaparición— del mundo real cuando éste se dibuja.
Con humor y una prosa cincelada, cada cuento breve encierra historias que surgen ya sea de la mirada de un periodista que entrevista —por obligación— a la ganadora del premio Umaguma para ballet (balé), la teologia a partir de la putrefacción de una naranja o el escupitajo como diferenciador de vivos y muertos-vivientes, entre otros motivos para narrar que el autor encuentra en el día a día, pero inadvertidos comúnmente.