Peregrina en su propio corazón, la voz poética de La isla de tu nombre, nos señala su kilómetro cero, su objeto de deseo; el punto en el que todos los caminos y todas las distancias son abordados y en el cual todos los caminos y todas las distancias desembocan. En esa poderosa reciprocidad sucede una interiorización del tiempo que realmente logra nombrarnos, y en el que lo cotidiano y sus objetos, a su vez, nos potencian para nombrar al mundo desde un corazón multiplicado que hace sus conversiones, pero que también expone sus trazos vulnerables. Un corazón multiplicado es transparente, pero también terrible, como lo es su repentina no-brújula, como lo es replegar cada gesto aprendido sobre aquella geografía, y recomenzar desde actos tan simples como cortar una tarta de frutas o ver “el apasionamiento / del esmalte de uñas que se cae poco a poco”, actos que nos hacen reconocer que los objetos y el mundo que convergía en cada uno de ellos, no sólo nos han retirado el habla sino que nos han despojado de todo un lenguaje edificado desde los huesos.
Claudia Berrueto, autora de Polvo doméstico y Sesgo.