A la manera antigua, Luis M. Verdejo no quiere dejar pasar la vida sin dejar un testimonio de su asombro. La poesía es la huella que para él deja ese pasmo: hay demasiado qué ver, tocar, oler... Pero también la pintura, puesto que las huellas son frágiles, provisorias, frente al abismo de la vida. Vemos al poeta indefenso, dejándose impresionar por la belleza, el dolor, el enigma del arte. Ese es su principal cualidad: la entrega. El resultado, es una lengua sencilla, una escritura directa que se aboca a lo esencial, a dibujar el mapa de un encuentro con el mundo. Luis M. Verdejo es un ser de ojos muy abiertos, tierno y entusiasta. Después de 16 años su poesía es ligera, pero indoblegable. Nada hay aquí que se concilie con la velocidad y la ira de los tiempos que corren. El papel del artista –nos diría– es embriagarse de la inagotable belleza para luego señarla, celebrarla, hacerla circular para todos como una especie de antídoto feliz de todas nuestras muertes.
Juan Alcántara Pohls