Tras la espléndida novela Casi nunca, Daniel Sada vuelve a sus territorios favoritos, el norte de México, el desierto y sus alrededores, con estos cuentos en los que sus protagonistas deambulan entre el infortunio y el gozo, y en los que relampaguea un humor sadiano, que no sádico, aunque a veces también.
Así, en «El gusto por los bailes», un relato con el ritmo y la velocidad de un corrido mexicano, nos encontramos con Rosita Alvírez, que vivía sola con su madre viuda y una noche se fugó porque ella quería justo aquello que su madre prohibía, bailar. Dámaso, el protagonista de «Un cúmulo de preocupaciones que se transforma», tras una feroz pelea con su mujer salió a pasear para poder pensar y un inesperado torbellino cambió las cosas, cambió las mujeres y cambió la realidad entera del realista Dámaso. «Crónica de una necesidad» es una historia de rivalidades sangrantes entre dos familias vecinas, «los feos» y «los guapos». Atilio Mateo, el burócrata de «Atrás quedó lo disperso», suele regalar El zafarrancho aquel de vía Merulana, de Carlo Emilio Gadda, a sus amistades y conocidos, y todos pasan por experiencias terribles apenas comienzan a leerlo. Hasta el día en que le regala el libro a su mejor amigo Gastón... Y en «Eso va a estallar» la aspiración del señor Fulano de Tal, que ha matado por lo menos a unas diez personas, además de robar tres bancos, es que sus horas de sueño se tripliquen las de vigilia. En «El diablo en una botella», un grupo de amigos suele reunirse en la misma cantina cada semana para jugar al dominó hasta que a uno de ellos, Moisés, comienza a recibir visitas diabólicas. Y en «Un camino siempre recto» todo comienza a torcerse cuando Arturo Garza asesina con su puñal a su empleado Cid Chavira, y su arranque de furia voltea, como fichas de dominó alineadas, vidas y destinos. «La incidencia» cuenta cómo se cruzan, e inciden, americanas incestuosas, o insaciables, con un mexicano que les da clases de español. Julián, el niño de «Cualquier cosa va», juega a ser actor, un actor solitario que interpreta todos los papeles, ante las burlas de sus primos, que ya montan a caballo, y le desprecian. Y en el magistral relato que da título al libro, sangriento, sarcástico, asombroso como la vida misma, hay una fiesta de narcos, haz cabezas cortadas en una hielera, hay dos grupos de música norteña, Los Rurales y Los Imprudentes, y mujeres, y un fandango que va para largo...
Junto a los personajes de estos relatos, el otro gran protagonista de la literatura es el lenguaje. Porque, como afirmó Roberto Bolaño: «Sada, sin duda, está escribiendo una de las obras más ambiciosas de nuestro español, parangonable únicamente con la obra de Lezama, aunque el barroco de Lezama, como sabemos, tiene la escenografía del trópico, que se presta bastante bien a un ejercicio barroco, y el barroco de Sada sucede en el desierto.»
Tras la espléndida novela Casi nunca, Daniel Sada vuelve a sus territorios favoritos, el norte de México, el desierto y sus alrededores, con estos cuentos en los que sus protagonistas deambulan entre el infortunio y el gozo, y en los que relampaguea un humor sadiano, que no sádico, aunque a veces también.
Así, en «El gusto por los bailes», un relato con el ritmo y la velocidad de un corrido mexicano, nos encontramos con Rosita Alvírez, que vivía sola con su madre viuda y una noche se fugó porque ella quería justo aquello que su madre le prohibía, bailar. Dámaso, el protagonista de «Un cúmulo de preocupaciones que se transforma», tras una feroz pelea con su mujer salió a pasear para poder pensar y un inesperado torbellino cambió las cosas, cambió las mujeres y cambió la realidad entera del realista Dámaso. «Crónica de una necesidad» es una historia de rivalidades sangrantes entre dos familias vecinas, «los feos» y «los guapos». Atilio Mateo, el burócrata de «Atrás quedó lo disperso», suele regalar El zafarrancho aquel de vía Merulana, de Carlo Emilio Gadda, a sus amistades y conocidos, y todos pasan por experiencias terribles apenas comienzan a leerlo. Hasta el día en que le regala el libro a su amigo Gastón… Y en «Eso va a estallar» la aspiración del señor Fulano de Tal, que ha matado por los menos a unas diez personas, además de robar tres bancos, es que sus horas de sueño tripliquen las de vigilia. En «El diablo en una botella», un grupo de amigos suele reunirse en la misma cantina cada semana para jugar al dominó hasta que a uno de ellos, Moisés, comienza a recibir visitas diabólicas. Y en «Un camino siempre recto» todo comienza a torcerse cuando Arturo Garza asesina con su puñal a su empleado Cid Chavira, y su arranque de furia voltea, como fichas de dominó alineadas, vida y destinos. «La incidencia» cuenta cómo se cruzan, e inciden, americanas incestuosas, o insaciables, con un mexicano que les da clases de español. Julián, el niño de «Cualquier cosa va», juega a ser actor, un actor solitario que interpreta todos los papeles, ante las burlas de sus primos, que ya montan a caballo, y le desprecian. Y en el magistral relato que da título al libro, sangriento, sarcástico, asombroso como la vida misma, hay una fiesta de narcos, hay cabezas cortadas en una hielera, hay dos grupos de música norteña, Los Rurales y Los Imprudentes, y mujeres, y un fandango que va para largo…
Junto a los personajes de estos relatos, el otro gran protagonista de la literatura de Sada es el lenguaje. Porque, como afirmó Roberto Bolaño: «Sada, sin duda, está escribiendo una de las obras más ambiciosas de nuestro español, parangonable únicamente con la obra de Lezama, aunque el barroco de Lezama, como sabemos, tiene la escenografía del trópico, que se presta bastante bien a un ejercicio barroco, y el barroco de Sada sucede en el desierto.»