Los demonios llegaron por la espalda, me rodearon y quisieron asfixiar con sus alientos de azufre y mercurio. Pero yo, como todo alquimista, soy inmune a cualquier sustancia que tenga mercurio, sin embargo como cualquier mortal aborrezco el olor del azufre, así que cuando el más cercano de ellos abrió la boca, le metí una cabeza de ajo de las muchas que traigo colgadas al cuello [...]
* Esta contraportada corresponde a la edición de 2005. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.