Un ser afortunado es alguien que ha tenido la oportunidad de escuchar a Martín Rangel, autor de este libro, leer sus poemas en directo bajo una luz tenue y temblorosa. La voz de Rangel no es tenue, sin embargo, y tampoco tiembla cuando desnuda con sus incisivas palabras brutales, palabras que hablan de amor, de música o de juventud, palabras, en definitiva, que no se conforman con ser sólo palabras y que de pronto se convierten en puñales, en sentimientos, en destellos de una intensidad que podría quemarnos los ojos. Yo he tenido la suerte de escuchar la voz de este poeta. Yo, que me siento afortunado, te invito a ti, lector, a que no sueltes de las manos este libro que es un rugido, que es un cántico, y que es la confirmación de que nos queda tanto por leer y tanto por aprender... Pero no teman. Martín Rangel aquí es maestro. Martín Rangel aquí es niño con su gorra negra llena de sueños y sus ojos como aguijones, y piel suavísima de poeta desmedido. Porque un ser afortunado es alguien que ha tenido la oportunidad de respirar el mismo aire que el autor que aquí se levanta. La oportunidad de leer lo que él ha escrito. La oportunidad de abrazar cuanto él ha gritado.