Más allá de la aparente alegría y de la engañosa simpleza, en La ciudad de los corrales de oro se advierte la desolación terrible de un mundo devastado por la melancolía donde la muerte se manifiesta como la mejor y más sublime razón de ser. El pasado, pervertido por los atributos de la inocencia, pierde su sentido. El porvenir, menoscabado por un presente que no existe, queda fuera de toda lógica. La realidad, que debería ser el punto de convergencia entre lo que ya no es y entre lo que está por ser, queda eternamente circunspecta a los límites de lo que puede ser posible. De esa manera, en La ciudad de los corrales de oro, el hombre se convierte en una mentira sin esperanza, el mundo queda reducido a una simple suposición, y Dios, con todas sus virtudes cósmicas, queda dependiendo para siempre de la veracidad de un decir.
* Esta contraportada corresponde a la edición de 2001. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.