Tijuana se ha convertido en una ciudad curiosa y al mismo tiempo muy violenta, fue (es) paso natural del narcotráfico destinado a los consumidores del otro lado. Independientemente de qué presidente haya en Estados Unidos, republicano o demócrata, se establece deportar a los latinoamericanos encarcelados, pues al gobierno gringo le sale muy caro mantenerlos. Cientos son arrojados, literalmente, al lado mexicana, por ciudades como Nogales, Ciudad Juárez y Tijuana; gente con y sin estudios, sin papeles. A las afueras de las casas de migrantes está la policía municipal esperándolos, cazándolos. No tienen nada. Limpian vidrios en cada semáforo por tres, cinco, diez pesos; y la policía espera para bajarles los 50 a 100 pesos que sacaron en el día. ¿Con quién denuncias a la policía? Tijuana es el límite, el punto cero. Pero hay una parte humana, dolorosa: los homeless, los sin casa, los nómadas urbanos, que las instancias gubernamentales ignoran premeditadamente. Las autoridades municipales de Tijuana aplican cierta profilaxis social a estos grupos: los acosan, los extorsionan, los encarcelan, los desaparecen.
Los migrantes son seres humanos con sueños, historias, deseos, recuerdos y esperanza. Todos somos migrantes. O como afirma Martin de la Rosa: "En Tijuana todos somos migrantes, la única diferencia es que unos llegamos antes y otros Ilegamos después".
Aquí algunas de sus historias.
[Incluye texto de Rodolfo Cruz Piñeiro]