¿Gentes, que se quieren, tanto?, le pregunté a Dante en un bar de Triana, ¿qué es eso?, ¿y quiénes son esas gentes? “Son cinco parejas” me dijiste; ¡encima parejas! Ya lo sé, no me digas lo que sé, sé que son cinco mujeres y cinco hombres, emparejados, que deciden reunirse una vez por semana, a cenar, en casa de uno de ellos, rotativamente, a donde llegan presumiendo sus automóviles y orígenes cosmopolitas, y la cena transcurre con el único propósito de presumirse, unos a otros, unas a otras, lo tan gentes que son que se quieren tanto; yo leí la novela, lo sabes, porque no puedes escribir nada sin que yo te lo lea, soy tu vicio, lo que requiero que me digas, lo que ocupo (como dicen en Méjico) que me expliques es: ¿qué mosca te picó que no dejas de escribir de amor...?
—Yo nunca te diría mosca.
Se calla. Y cuando Dante se calla, algo anda desembonando. Juguetea con su pluma Mont Blanc, y se me ocurre de pronto lo que ni él sabe que me está diciendo: que el nuevo juguete de la escritura de Dante Medina es el amor, por eso esta novela es un magnífico y perverso juego, donde una mitad de estas gentes sufren y la otra mitad de estas gentes disfrutan mirando ese espectáculo ridículo y demodé que se llama pareja. football today
—¿Tú y yo podríamos ser una de esas gentes? —Le pregunto.
—Podríamos —me responde—. Cualquier lector que lea esta novela podría. Dosis de perfidia humana con un poco de humor dis-frazado de amor es lo que abunda.
—¿Qué pecado cometí, Dante, para merecer conocerte?
—El mismo que todas las gentes que se quieren tanto —me responde—: haber nacido.
Yo agrego apenas un silencio, breve, y me callo.
Dolores Álvarez
Triana, 2016