La contemplaba. Larga cabellera peinada en trenza, atrevidamente risueña, simpática, muy, pero muy atractiva. De grandes ojos cafés. Era digna de cualquier ultraje. Allí mismo, sobe el mostrador. En el suelo del molino, en la calle, donde fuera. Al fin que sólo perros acezaban en la puerta. Tan embebido, tan profundos eran los pensamientos de Rosendo Mata, que sin pensarlo más, equivocó el producto a comprar. Dijo:
—Quiero un quilo de perros.
* Esta contraportada corresponde a la edición de 2006. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.