Todos los días deben ser días mundiales del teatro, porque en estos veinte siglos siempre ha estado encendida la llama del teatro en algún rincón de la tierra.
Al teatro siempre se le ha decretado la muerte, sobre todo con el surgimiento del cine, la televisión y ahora los medios digitales. La tecnología invadió los escenarios y aplastó la dimensión humana, se intentó un teatro plástico cercano a la pintura en movimiento, que desplezó la palabra. Hubo obras sin palabras, o sin luz o sin actores, sólo con maniquíes y muñecos en una instalación con múltiples juegos de luces.
La tecnología intentó convertir al teatro en fuego de artificio o en espectáculo de feria.
Hoy asistimos a la vuelta del actor frente al espectador.
Hoy presenciamos el retorno de la palabra sobre el escenario.
El teatro refleja la angustia existencial del hombre y desentraña la condición humana. A través del teatro, no hablan sus creadores, sino la sociedad de su tiempo.
El teatro tiene enemigos visibles, la ausencia de educación artística en la niñez, que impide descubrirlo y gozarlo; la pobreza que invade al mundo, alejando a los espectadores de las butacas y la indiferencia y el desprecio de los gobiernos que deben promoverlo.
El teatro es un acto de fe en el valor de una palabra sensata en un mundo demente. Es un acto de fe en los seres humanos que son responsables de su destino.
Hay que vivir el teatro para entender qué nos está pasando, para transmitir el dolor que está en el aire, pero también para vislumbrar un rayo de esperanza en el caos y la pesadilla cotidiana.
¡Vivan los oficiantes del rito teatral! ¡Viva el teatro!
Mensaje de Víctor Hugo Rascón Banda en el
Día Mundial del Teatro, UNESCO 2005.