“Lo más difícil es escribir en yo. Utilizar la primera persona, prestar mi voz a Leonard Ming, encontrar las palabras en mi lengua para traducir las suyas, esto equivale a llevar a cuestas una parte de sus actos. Me encuentro forzada a abrazar su pensamiento. Ya no puedo permanecer en la superficie. Entro en él, nuestras identidades se mezclan. Se crea entre él muerto y yo viva una terrorífica intimidad.
Yo digo que entro en él pero, ¿no es más bien él quien entra en mí y quien, poco a poco, subrepticiamente, viene a ocupar todo el lugar? Porque incluso muerto conserva su poder horrible y, muerto, aún vive por sus palabras, son las mías que le infunden vida. No quiero ceder a la fascinación del horror. El mismo poder de destruir, de asolar, dejó eso detrás de él; las palabras son sus huellas y su testamento. Pasó como un cataclismo. Y yo, en los escombros, cuento a las víctimas, me tambaleo en el decorado devastado”.