Los cuentos de Mauricio Miranda tienen un aire a los de Jorge Ibargüengoitia y a los de Juan Rulfo. No imita, sin embargo, a ninguno. De hecho, se les parece en tanto el uso de un humor desenfadado, coloquial, en el que lo real imposible se convierte —en la naturalidad de un estilo sencillo— en realidad posible, en universo fantástico. Gallo que no canta, relato con el que abre y le da título al libro, cuenta una historia inolvidable, trágicamente divertida y que detona la veta de sus demás ficciones, que lo mismo juegan con los absurdos de la vida que, de pronto, ya con finales abiertos, ya con finales cerrados, gustan del recreo que producen las falsas verdades absolutas, esas que por lo común son punto de burla siempre y cuando el lector no se identifique con alguno de los protagonistas.