Merece un libro quien se atreve a escribirlo y triunfa en el intento de que lo impreso equivalga a lo pensado, vivido, exorcizado. A todo lo que la escritura subvierte y transforma. Merece un libro el editor cuando vence el desafío de continente y contenido y logra armonizar ambos elementos. Pero la idea principal del título se refiere al lector, principal responsable de la supervivencia del libro. Por lo tanto, es él quien con mayor justicia lo merece. Estamos frente a un conjunto de breves ensayos. Una descripción precisa, poética, de los aliados del libro: el papel que nos enfrenta, desde las primeras lecturas, a un diálogo callado y solitario con nosotros mismos; el librero, no el continente, sino la persona cuyos afanes giran alrededor de la criatura llamada libro para ofrecerlo, cuidarlo, tratarlo, vivir noblemente de su tránsito; la biblioteca, que no existe sin visitantes que justifiquen su existencia. La biblioteca donde cada libro se encuentra en armonía con el deseo y el lector: quien adquiere el compromiso no sólo de leerlo sino también de conservarlo. Sólo entonces el placer solitario de poseer un libro es análogo al del autor al escribirlo y al del editor al realizarlo.