De Quetzalcoatl dice Bartra que “es el dador, hombre y dios solar, símbolo del eterno retorno, estrella que muere y astro que resucita, en una palabra, conciencia y creación…; es… la encarnación de una grandeza que quiere ser, y es un poder, mas no una voluntad de poder… Los contenidos de su fuerza espiritual le impedirían, si por otra parte no estuviera lleno de amor, traicionar su meta por medio de falaces justificaciones. Es un codificador del alma.
El porta catalán Agustí Bartra perteneció a una cultura de escritores y artistas realmente excepcional en este siglo (de Miró y Nonell a Espriu y Pere Quart, pasando por Foix y Carner). En España su desarrollo fue interrumpido por la guerra civil y como otros escritores llegó a México exiliado, donde echó raíces muy fértiles.
Su vocación por una poesía más allá de la historia y del tiempo, vinculada a una tierra y a su mitología, lo llevó a adentrarse en las leyendas precolombinas y en la simbología propia del país que fue su segunda patria. La inmersión fue muy profunda y las exigencias múltiples. Bartra no es un poeta fácil y la amplitud de sus referencias aumenta la dificultad. Su fuerza verbal se alimenta por igual de Homero, las leyendas sumerias o la poesía provenzal. En ese marco se incorpora la mitología precolombina o la cotidianidad como elemento de expresión.
Si bien su lengua materna fue el catalán, la necesidad de establecer un puente con el lector lo llevó a traducirse en un proceso que fue más bien una recreación. Su afán por reescribir la literatura es un testimonio de un sentido implícito; toda escritura es reescritura. Quetzalcoatl es un ejemplo.
