Einstein comparó, en cierta ocasión, el quehacer científico con el arte de Sherlock Holmes. Le agradaba señalar que, en la escena del crimen, nada escapaba a la mirada escrutadora del ilustre sabueso, ni los caracteres de los personajes ni los detalles más nimios. De nuevo en sus habitaciones, analizaba el caso ejerciendo su lógica implacable, urdía hipótesis e intercambiaba frases lacónicas con su amigo Watson. Si los datos no encajaban -y esto lo subrayaba Einstein-, Holmes tomaba su violín y tocaba durante largo rato, mientras su mente vagaba y la intuición tomaba el sitio del raciocinio. Entre enigmas y peligros, la indagación seguía su marcha, pero al final las piezas del acertijo tomaban su lugar y se aclaraba el misterio. La comparación de Einstein es afortunada. La investigación histórica incursiona, con frecuencia, en territorio desconocido y reserva grandes sorpresas al explorador. Siguiendo esta idea, la autora del libro se ha propuesto comprometer al lector en una aventura, al tiempo que lo inicia en las tareas del historiador. Los personajes remontan el tiempo y viajan al Yucatán de 1887. Llevan una misión: salvar de sus perseguidores a un peón acasillado prófugo de una hacienda. En su recorrido por la península, los viajeros descubren una vida cotidiana que les es ajena. Tropiezan también con la realidad atroz de las haciendas henequeneras, la guerra de Castas, la saña policiaca con los miserables. La época envuelve a los exploradores, la misión se torna en verdad peligrosa y tienen que regresar al presente. De vuelta a su propio espacio, reflexionan sobre sus experiencias y observaciones. Suponemos que, a partir de entonces, cambió su manera de ver las cosas y que se dispusieron a encontrar a su alrededor realidades inesperadas.
* Esta contraportada corresponde a la edición de 1991. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.
