Una mañana septembrina de 1910, un globo rojo y azul se elevó lentamente hacia las alturas. En su canastilla viajaban un viejo y Felipe, su nieto; juntos emprenderían un recorrido por el cielo de la ciudad de México y sus alrededores. El globo siguió una trayectoria caprichosa llevado por el viento y por el tiempo. Con las corrientes de aire, bordeó montañas arboladas que bullían de vida; recorrió la cuenca con sus ríos y lagos, paseó por la ciudad, vieja y noble, que se extendía en colonias nuevas y barrios pobres. En su vaivén por el espacio y el tiempo, el globo subió y bajó también por diversos planos de la realidad. Tan pronto se remontaba y abarcaba el panorama, como sobrevolaba techos y torres o descendía al ras del suelo, donde andaba la gente sencilla, los artesanos, los obreros, las mujeres y los niños. Confuso y maravillado todavía, Felipe los miraba con otros ojos. Ese día memorable, el abuelo había puesto la semilla del tiempo en sus manos.
* Esta contraportada corresponde a la edición de 1991. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.
