Mijael salta por la ventana la madrugada de un viernes. Los Gelman, sus padres, no pueden explicarse cómo su hijo de veintinueve años, quien pasó los últimos meses anclado a una cama terapéutica, víctima de un mal degenerativo, logró arrojarse hacia el jardín.
La señora Gelman acude en busca de respuestas a Nadia, su joven vecina, que lleva años viviendo sola y puede comunicarse con los roedores, pero ella no presenció el salto de Mijael y sólo puede aportar información aislada. Los únicos que podrían arrojar alguna luz sobre el caso son Jacques, un economista autodidacta vinculado a los Gelman, quien se considera a sí mismo capaz de producir el futuro, o Ela, la heredera de un expendio de lotería y el último gran amor de Mijael, que sin tocarla puede pasear una azucarera sobre la superficie de cualquier mesa.
En un mundo fruto de variables que escapan al control humano, donde ecuaciones invisibles conectan y separan vidas y las personas son el resultado de la suma y resta de todas las vidas que los han precedido, nadie vive de igual manera la elaboración de la pérdida y la reconstrucción de las esperanzas.