El blues se convirtió en una especie de religión, la cura y respuesta -no necesariamente satisfactoria, pero si placentera- para el tiempo de derrota que es perpetua realidad de una efigie de miope; expuesta, por ende, a los tropiezos, las caídas, el derrumbe y los choques contra la pared: la vida. Y en ese blues a quién se le escribe si no a la mujer; el ente nocturno y callejero como los gatos, que no está hecha para pertenecer o quedarse en un solo sitio. La figura en los poemas de Dueñas es de aquella mujer capaz de habitar únicamente los recuerdos -y ah! cómo duelen sus tacones cuando te los entierra en el flujo de la memoria para enseñarte cómo se baja la media-.
Entre junkies y adolescentes precoces también sobresale la compañera de un hombre, sin la cual no podría reconocerse como “El padre de tus fetos perdidos / y hallados en el templo”. Es así como, poema a poema, se nos enseña de qué manera se vive la soledad acompañada donde “Junto al dolor rabioso de las ratas / Seguramente nuestros abrazos / están llenos de silencio.”; mientras afuera del hotel los coches pasan dejando tan sólo un sonido de ausencia, y allí adentro las copas se rompen contra el suelo luego de que el licor amargo ha raspado la garganta del poeta que escribirá mañana en el reposo de la cruda insufrible sobre la gracia de unos pechos.
En suma, Rogelio Dueñas es el poeta de la desdicha en placer bañada, de la pluma rota que lo orilla a escribir con cualquier otra cosa con tal de escribir, para mostrarnos que la decadencia también tiene su ritmo suavecito y delirante, como las caderas movedizas de la señora soledad con la que se revuelca en la alfombra.
Ximena Cobos
México, 2015