No es que los rupestres se hayan escapado
del antiguo Museo de Ciencias
Naturales ni, mucho menos, del de
Antropología; o que hayan llegado de
los cerros escondidos en un camión
lleno de gallinas y frijoles.
Se trata solamente de un membrete
que se cuelgan todos aquellos
que no están muy guapos, ni tienen
voz de tenor, ni componen como las
grandes cimas de la sabiduría esté-
tica o (lo peor) no tienen un equipo
electrónico sofisticado lleno de sinters
y efectos muy locos que apantallen
al primer despistado que se les
ponga enfrente.
Han tenido que encuevarse en
sus propias alcantarillas de concreto
y, en muchas ocasiones, quedarse
como el chinito ante la cultura: nomás
milando.
Los rupestres por lo general
son sencillos, no la hacen mucho de
tos con tanto chango y faramalla como
acostumbran los no rupestres pero
tienen tanto que proponer con sus
guitarras de palo y sus voces acabadas
de salir del ron; son poetas y
locochones; rocanroleros y trovadores.
Simples y elaborados; gustan de
la fantasía, le mientan la madre a
lo cotidiano; tocan como carpinteros
venusinos y cantan como becerros en
un examen final del conservatorio.
* Esta contraportada corresponde a la edición de 2015. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.
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