Es realmente importante leer con detenimiento este libro, que da cuenta de una época importante en la cultura y la promoción del arte en Sinaloa. Nos hace ver lo que avanzamos, lo que hemos retrocedido y en lo que nos hemos estancado. Está, como buena pieza periodística, atado a su circunstancia; pero a la vez, como las buenas crónicas, la trasciende.
Gerardo Ascencio
El Sinaloa que retrata Martín en estas páginas es el rostro, también, de un público que lenta e inexorablemente se ha ido formando. Un público que cada vez se ha vuleto más presente, más exigente más crítico. Un público que, de alguna manera, es ahora el reflejo de esos textos de Martín escritos hace diez o quince años, que pueden ser muy entusiastas—cuando se refieren a la Orquesta o al venerado (con toda justicia) Joan Manuel Serrat—o de plano muy escépticos cuando reflexiona, por ejemplo, sobre la identidad indígena/ festivalera o cuando se pregunta sobre las fallas de organización en tal o cual actividad del entonces llamado DIFOCUR.
Ernesto Diezmartínez Guzmán
Pocos se han atrevido a pensar la cultura, el arte, la literatura, la ciudad, como él. Su impertinencia pensante tocaba temas tabú que el disimulo, la zalamería o el miedo suelen evadir. Por ello, obtuvo un envidiable repudio: el de los pusilánimes, los oportunistas, los corruptos, los mezquinos. Martín no se amedrentaba al señalar con el índice porque acompañaba sus críticas con la razón. Tras cada palabra que arrojó como una piedra mostraba su mano con orgullo. Por eso se extraña su voz, su pulso, la osadía de su pensamiento. Somos una sociedad que no tiene esa valiosa costumbre. Nuestro silencio suele ser cortesano, cómplice, inofensivo.
Alfonso Orejel