Decía Oliverio Girondo que "la poesía siempre es lo otro, aquello que todos ignoran hasta que lo descubre un verdadero poeta". Los poemas aquí reunidos logran descubrir, en la trama que forman los sucesos y los seres que pueblan nuestro ancestral vacío, el pulso de un verbo en acción, de un recorrido que inicia paradigmáticamente con la descripción del oficio del escriba: "La pluma esbelta/ hija de su pozo/ Devoran al día / sus desdobles /Mente cabalgando/ en la nonada".
Castellanos, en este otro libro póstumo, nos entrega una serie de postales, de fotografías que apresan el instante en que el día se entreteje con la sustancia de nuestras vidas en un continuo recomienzo: "latigazos del trueno;/ horno, niño que nace,/ rasgadura de un siglo".
Deudora y beneficiaria de las variadas formas de su identidad, la voz que da cuenta del fulgor creativo del tiempo atraviesa un légamo deslumbrado por la certeza del vaticinio: ".....tuve la paciencia del agonizante que sí espera/ el pañuelo de linos azules donde verá su infancia/ y el regreso sería un empiezo con rondas de abril". Todos y cada uno de estos poemas, son una red de identidades que luchan por ocupar el espacio del día, y son también el legado rutilante de un poeta que vivió la luz como una experiencia íntima, personal e irreductible.