Hoy te sentaste a mi lado, ni siquiera quise voltear a verte, sólo supe que estabas ahí porque alguien pronunció tu nombre y tú contestaste. Tu voz se introdujo en mi cabeza. La primera vez que la escuchaba tan cerca. Cada vez que quiero volver a escucharla encajo mis dedos en los orificios de mis oídos, como si fueran unos audífonos que me dieran en el momento que quiero la tesitura de tu voz: tu canto de ave que rebota en mis tímpanos. Te observo largo rato y tú sientes cómo mi mirada abraza tu cintura. Entonces tus ojos me envuelven el cuello. Siento ahogarme.
* Esta contraportada corresponde a la edición de 2006. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.