Desde la primera era de colaboraciones regulares en el diario Noroeste y en su efímero paso por las más diversas publicaciones igualmente efímeras, Martín encontró en la palabra impresa el vehículo para sus manifiestos. Después, desde su ya firme y bien conquistada palestra en el mismo diario Noroeste, Martín ganó para las causas no orgánicas, un espacio y un reconocimiento para las voces que como la suya hacen uso cabal de las libertades que conceden, a su particular modo, la constitución, la propaganda perioderechista y al final, pero nunca finalmente, la dignidad humana.
Esa voz, siempre ganando en madurez y resonancia, se ha convertido en una de las pocas constantes que se alzan casi siempre airosas contra las inercias y atavismos de nuestro lado salvaje, de nuestras anquilosadas y monstruosas instituciones, de nuestras más vergonzantes virtudes y nuestros más festinados defectos.
Y así, en casi diez años de vuelo que a veces de tan libre sorprende, Martín se ha constituido en una verdadera conciencia pública, en el sentido más pepegrillesco del término. Murmurando claridades al oído de una ciudad y una región ensordecidas por el estruendo de las armas y los motores y enceguecida por el lucro y la avaricia; deslumbrada por los resplandores del oropel, el mármol y el lustroso metal de las Hummer.