Todo poema es irrepetible y específico en su tema, en su estilo, en su ritmo y, en suma, en su lenguaje. Al mismo tiempo, todo poema conduce a otros poemas ya que su lenguaje, ritmo, estilo y tema existen, prefigurados, en versos, en frases, en páginas afines, que al acumularse van formando redes, constelaciones, bibliotecas únicas, personalísimas, diferentes para cada lector. En otras palabras, esforzarse por comprender un poema implica no solamente leerlo, sino leer también sus referencias y alusiones para situarlo en un contexto que lo vuelva inteligible, además de sensible. Numerosos conocimientos, experiencias, recuerdos y visiones del mundo confluyen, así, en la crítica de poesía. Estudiar un poema es dirigirse a una encrucijada o, si se prefiere, a un punto de reunión donde silencios, voces, identidades, tradiciones, emociones y entendimientos diversos chocan y, al encontrarse, crean sentido. Cernuda leyó a Baudelaire, sin lugar a dudas, pero es probable que Brodsky haya leído “El albatros” de Baudelaire a través de “Gaviotas en los parques” de Cernuda. Es difícil afirmar que Valente haya leído, en cambio, a González Martínez, pero existen poemas de González Martínez y Valente que parecen dialogar a través del tiempo. Lizalde hace otro tanto con Lope y Marzal con Manuel Machado. Parra, Gelman y Talens, por su parte, coinciden en un sitio donde ninguno parece haber precedido al otro. La tradición es así: a veces, recta y unidireccional; a veces, intrincada. La lectura, o sea la crítica, intenta descubrirla y, mejor aún, hacerla visible, recreándola.
Luis Vicente de Aguinaga nació en 1971. Es profesor en la Universidad de Guadalajara (México) y autor de una veintena de libros, entre poemarios y ensayos críticos.