La aspiración de toda literatura, se confiese o no, es la de trascender el tiempo y el espacio que la vio nacer. Desde la perspectiva de autor, esta aspiración implica situarse de antemano, si se asume con honestidad y viene en consecuencia alimentada por veneros profundos, en una atalaya de altura suficiente como para escapar a toda visión manida y maniquea del mundo. Este punto de observación no sólo ha de servir para mirar hacia adelante la ruta elegida sino sobre todo hacia atrás, la herencia que nos debemos. El dios Janos de la Roma antigua es la imagen perfecta: se el atribuían dos caras: la que ve hacia el frente y la que ve hacia atrás.
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El común denominador de los textos que conforman el presente volumen es, en mi opinión, la asunción del reto, por parte de sus autores, de lograr ese nivel trascendente en el terreno literario. No se trata, en consecuencia, de consumir la labor creativa en la relatoría insípida en nuestras miserias cotidianas, o en los casos más alarmantes, de la glorificación de una épica dudosa forjada en torrentes de corrupción y de sangre. Hurgan, por el contrario, en los rincones del alma de sus personajes; en sus tribulaciones ante el mundo que, como suele acontecer con demasiada frecuencia, contraría, sordo cual es, nuestros impulsos más vitales y nuestros anhelos más caros.
César López Cuadras