La respiración se le fue cortando. Sus lágrimas caían entre los vidrios y el charco de alcohol y sangre. Levantarse de allí, imposible. Escuchaba la voz de su esposo llamarle, apretaba con todas sus fuerzas aquel cartón reblandecido. Intentaba gritar, pero no le quedaban fuerzas para hacer escapar la voz, sólo decía: “Ya voy, Manuel, ya voy”. Los minutos se fueron acortando, los tic-tac hacían un eco ensordecedor, la bomba de tiempo estaba a punto de estallar.
* Esta contraportada corresponde a la edición de 2008. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.