Echo por la borda la red magnética y dejo que ella me conduzca a los tesoros que los hombres desperdigaron en sus dominios, a los artefactos de una vida que siempre me sorprende y asombra. ¿Qué clase de seres fueron? ¿Qué deseos y temores animaron sus existencias? Sé que nunca los comprenderé del todo y eso me consuela. Siempre habrá una distancia entre su mundo y el mío. Una frontera segura. Lo que la red ve, yo lo veo. Lo que la red percibe, yo lo proceso. Cuando estoy frente a un objeto, la red lo rodea, devolviéndolo a la vida. Extrae tiempo de la materia inerte. E imágenes y sonidos. Y entonces soy el testigo de un fragmento de la historia, el protagonista de una escena que puede durar un instante o un siglo. Me vuelvo el eterno pescador de quimeras y espejismos. La red sisea y resplandece, abre sus tentáculos y cobija en su seno al objeto descubierto. El pasado del cosmos está a punto de conjurarse. Me hundo en sus miasmas. Me transformo en lo que capto. ¿Quién soy ahora? ¿Qué hago aquí? Sígueme, lector, que siempre hay una historia por contar en el fondo del tiempo, una luz esperándonos allá, a lo lejos, para relatarnos lo que fue, lo que es, lo que será.
* Esta contraportada corresponde a la edición de 2013. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.